El tiempo se me detuvo.

El tiempo se me detuvo, y sentí cómo se detenía en mi cuerpo, en el peso que sentía, en el dolor de cada parte comúnmente capaz de producir movimiento pero que por virtud de ese dolor se tornaba inmóvil.

El tiempo detenido en mi cuerpo: era como no poderle decir cuándo hacer cada cosa. No podía ya decirle cuándo llorar; él lloraba sin avisar y sin pedir permiso. Una angustia profunda, más bien una agonía, sí… eso mismo era. Un lamento profundo que sale, unido con otros, por fin. Un solo suceso acontece, pero todos los anteriores, esos que habitan en las memorias antiguas, resultan convocados de repente, sin poder vedarles la entrada. Me hace pensar en la historia del evangelio, sobre Jesús crucificado agonizando y desenterrando a los muertos de sus tumbas mientras todos sentían que el tiempo se congelaba. Un suceso que invoca a otros que se creen muertos. Y entonces todo pesa. Y un alguien carga con todo y a todos.

Yo cargaba con el peso del tiempo, yo cargaba con mi padre. ¿Con las culpas de mi padre? ¿Con las muertes de mi padre?

Pero es también licencia, el detenerse. A el tiempo se me detuvo, se añade sin saber muy bien cómo ni cuándo, la voluntad de detenerse, la voluntad de concederse la suspensión de los días, un bache al que se le abre espacio con conciencia en el calendario preestablecido, para asirse a uno propio. Licencia de tiempo detenido. Licencia no remunerada de tiempo detenido y auto-concedida. A veces, la licencia es también incapacidad auto-reconocida, al modo de las incapacidades que los médicos certifican. Alguna vez en mi diario escribí palabras parecidas:

Día gris, de silencio pesado y frío envolvente. Me has contagiado con tu tristeza. No sé cómo es despedirla, pues ella me reclama que le escuche, ahora, justo ahora, que por fin estoy sola. Nos parecemos, y me encuentro con que tan fácil se acomoda en cada rincón de mi cuerpo. Me inmoviliza y me muestra imágenes que normalmente rehúso ver.

Es mi tiempo con la tristeza… nada puedo hacer. Las incapacidades por la tristeza son más frecuentes que las que se dan por la enfermedad. El alma también se resfría, se fractura, se indigesta, se infecta, se inunda de dolor, se marea. ¿Cómo decirle al jefe que mi alma necesita reposo? ¿Quién puede certificar la enfermedad intangible que por este día me atraviesa?

No quiero moverme, no quiero. Y el llanto es tan insípido. La tristeza asusta a los otros. El otro, la otra que a mí se acerca, cuando ve su rostro, retrocede, frunce el ceño y se molesta, incluso por no entender, o encontrarlo inesperado e inoportuno, pero más que todo incomprensible, ininteligible.

[…]

Me recordé, me recordé pequeña… tristezas pequeñas y tan iguales. Entonces dije: «¡qué familiar eres!… la misma, la de siempre…».

Promete que te irás y tardarás en volver. Por lo menos déjame andar. Y si puedes, abre el cielo mañana y torna compasivo el tiempo, para tomar mañana la oportunidad de hacer lo que hoy me impediste: vivir.

[Fontibón, 29.03.09]

C.L.A.

Centro Nariño, 12.02.11 – 17.02.11